(María Cecilia Nahuelquin – Valparaíso)
A mi abuela Juana Cuyul
En el pantano había un claro,
claro de lavaza fina y espesa.
Como el engrudo que se hace
con agua limpia y harina gruesa.
Con las manitos arrugadas,
por encima del lodo,
sacaba lo que brotaba.
Era el añil,
negro escurridizo, el cual separaba
barrito negro que hilaba.
Las hojas verdes esperan
cocimiento de peta, maqui, pangue y arrayán,
las hojas del traumame y la sal.
Al hervor de horas
en lo caliente las hojas, lánguidas y cocidas,
hacen su retirada.
Mientras el añil
fino barrito oscuro,
enluta esta unión y se abraza al calor
para dejar el agua negra azulada.
Era lana de oveja que caía sobre
el candente “mejunje”,
de cercana ofrenda recogida
en remojo por tres días.
Decía la abuela
esperemos que el sol de señales,
tendida la dejaremos
así nunca se desteñirá
para después hacer en el telar
los chales encajonados
y grandes brezas frezás.
así teñía la lana mi abuela,
con sus manitos diestras y arrugadas.
En: Figueroa, Damsi. Poéticas mapuches: Lecturas interculturales
de la poesía mapuche actual. Tesis. Universidad de Concepción, 2017 pp. 207-208.
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