En noviembre del 2011 salió a circulación el
libro “Ragengey ti dungun. Pichikeche ñi mapuche kumwirin. La palabra es la
flor. Poesía mapuche para niños.”, bajo la responsabilidad del Programa de
Educación Intercultural Bilingüe del Mineduc y del peñi poeta Jaime Huenún,
quien se dio la maña para conseguir la participación de los 32 escritores que aportaron a la antología
Después de los agradecimientos de rigor,
Jaime nos entrega una larga reflexión acerca del valor de la palabra, el
mapuzugun, los/as poetas y su obra, los espacios, las influencias y la poesía
mapuche. Me parece pertinente compartirla, ya que imagino muchas personas no
llegarán a conocer el mentado libro; ojalá me equivoque.
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Imagen: (De izquierda a derecha) Víctor Cifuentes, Graciela Huinao, Lorenzo Aillapán, Jaime Huenún, Paulo Huirimilla, Erwin Quintupill, Bernardo Colipán, Leonel Lienlaf, Emilio Guaquín. (Sentados: Maribel Mora y sus tres hermosuras que también son de Jaime).
Esta fotografía fue tomada en el departamento de Alejandro Stuart. Estábamos allí, a propósito del lanzamiento de la antología "20 Poetas Mapuche Contemporáneos"
Fotografía: Alejandro Stuart. Santiago, enero 2004.
La palabra es la
flor, la poesía es la semilla.
Jaime Huenún
“La palabra es la flor” nos dice, bella y
sabiamente, nuestro hermano poeta Omar Huenuqueo Huaiquinao. En medio de las
infinitas labores de la vida diaria, en medio de los juegos, tareas y deberes
de la escuela y el hogar, la palabra –oral y escrita- es el instrumento que nos
permite no sólo comunicarnos, informarnos o registrar los acontecimientos
íntimos y comunitarios, sino que también crear otros mundos y otras realidades,
es decir, nuevas imágenes para nuestro tiempo y entorno.
Para ello, la poesía o género lírico es una
de las expresiones artísticas fundamentales, ya que integra musicalidad,
emociones, ritmos y sobre todo una visión y una comprensión de la realidad
distinta a la que usualmente estamos acostumbrados. A través de la poesía, el
lenguaje adquiere características especiales y se convierte en una herramienta
que revela las maravillas y los dolores del mundo y de la vida. De este modo,
la palabra poética nos conduce a un conocimiento de los objetos, de la
naturaleza y de la humanidad que conjuga asombro, belleza e inteligencia
creadora, ayudándonos a reconocer y valorar nuestras particularidades, nuestros
sueños y nuestras respectivas culturas, como asimismo a descifrar los misterios
del hombre
y del universo.
El lenguaje humano, sustento de la poesía y
otras manifestaciones estéticas orales y literarias, suele definirse, en
términos generales, como un sistema de signos útiles para la comunicación, pero
también como un instrumento mediante el cual nombramos las cosas para hacerlas
existir, tanto en nuestra cotidianidad como en nuestra memoria y
espiritualidad.
Así, cada pueblo ha creado un lenguaje
diferente para comunicarse y para resguardar y transmitir sus conocimientos, su
identidad y su cultura. En nuestro planeta, según la Unesco, existen más de
6.500 idiomas, de los cuales en América se hablan casi 700, siendo la gran
mayoría lenguas indígenas. El mapuzugun es una de esas lenguas y se ha
mantenido vigente hasta hoy gracias a las enseñanzas de padres, abuelos,
profesores y educadores tradicionales que en las últimas dos décadas se han ido
incorporando de forma paulatina al sistema formal de educación.
Sabemos que el idioma mapuche –como muchos
idiomas originarios del continente americano-, ha sufrido los efectos de la
discriminación, el olvido y el abandono, pero también sabemos que a pesar de
tales circunstancias aún existen más 200.000 personas que lo hablan en diversos
grados de competencia y fluidez, especialmente al interior de las familias y
las comunidades rurales. Muchos investigadores del pasado y del presente se han
asombrado con la riqueza y las potencialidades expresivas del mapuzugun, una
lengua que, según lo señalara el lingüista alemán Rodolfo Lenz en su libro
Estudios Araucanos, “es armoniosa y sonora, más suave aún que el castellano y
el italiano”.
Precisamente fue el profesor Lenz el primer
académico que, luego de un profundo trabajo de investigación realizado en la Araucanía entre 1890 y
1897, recopiló, estudió y valoró los cantos y relatos orales mapuche.
Recordemos que a fines del siglo XIX, el pueblo mapuche –o araucano como se le
llamaba en aquel tiempo-, era considerado un grupo humano que no poseía
conocimientos y valores culturales de importancia. Por lo mismo, que un
destacado maestro e intelectual como Rodolfo Lenz planteara ante la comunidad
ilustrada que los mapuche sí poseían y cultivaban expresiones estéticas orales
afines a las literaturas europeas, contribuyó en cierta medida al reconocimiento
y la valoración de un pueblo y una cultura postergada.
Las antiguas expresiones verbales mapuche
estudiadas por Lenz, entre las que figuran el ülkantun o canto y el nütramkan o
conversación en la que se comunican relatos, aún se practican en las comunidades,
constituyéndose en la columna vertebral que sostiene la literatura mapuche
actual. Sin duda, nuestra poesía escrita debe, en mayor o menor medida, de esas
fuentes verbales tradicionales, donde la palabra humana es parte de un mundo en
el que todos sus elementos están interrelacionados y conectados; donde las
montañas, los ríos, los imponentes bosques, las piedras, las estrellas, los
animales y las plantas poseen Zugun, es decir, la capacidad de hablar, de
comunicarse en sus propios lenguajes. Así como ocurre en los ül (o canciones
tradicionales) o en los epew o piam (narraciones propias de nuestro pueblo),
los poemas de autores mapuche son textos donde se entrelazan no sólo emociones,
historias y sueños humanos, sino que también las palabras, los dolores, las
transformaciones y las maravillas de la naturaleza y del universo.
Hablamos de poetas como Bernardo Colipán,
Graciela Huinao, Leonel Lienlaf, Erwin Quintupil, Faumelisa Manquepillán,
Maribel Mora Curriao, Paulo Huirimilla, Lorenzo Aillapán, Carlos Levi, María
Inés Huenuñir, César Millahueique, Eliana Pulquillanca, Elicura Chihuailaf,
David Aniñir, entre otros y otras, quienes forman parte de una comunidad de más
de cien autores que hoy escriben y difunden sus creaciones a través de
diferentes medios, entre los que se cuentan los libros, los discos compactos,
obras de teatro, revistas electrónicas, recitales públicos, programas radiales,
videos, etc. Ellos y ellas han hecho de sus escrituras poéticas un territorio
en el que se preservan y proyectan las historias comunitarias y familiares, las
tragedias y negaciones sufridas por nuestro pueblo y los relatos y símbolos
colectivos que sostienen nuestra identidad y nuestra memoria. Ellos y ellas,
poetas de la tierra y habitantes de la remembranza y el sueño, dialogan y
cantan con vivos y muertos, con los estruendosos oleajes marinos y el rumor de
las vertientes andinas, con el tráfico incesante y acelerado de las grandes
ciudades, pero también con el silencio luminoso de los húmedos campos sureños.
Cada uno de estos escritores, desarrolla una
poesía distinta y personal, arraigada sin embargo a una historia comunitaria y
a un espacio cultural y natural específicos. Des este modo, podemos leer a
poetas cuyas obras están claramente vinculadas al Lafkén Mapu (territorio
cercano al mar); a otros donde gravita fuertemente la Piren Mapu (la
cordillera de Los Andes); y a otros tantos en los que podemos encontrar la
presencia viva de la Wente
Mapu (la tierra de los valles). Pero la diversidad de
escrituras poéticas mapuche no se detiene ahí, ya que muchos de nuestros
autores se han criado en las ciudades chilenas y por lo mismo se han alimentado
de realidades sociales y culturales predominantemente urbanas. David Aniñir,
César Millahueique, Roxana Miranda Rupailaf, por ejemplo, son poetas que han
creado parte significativa de sus respectivas escrituras líricas a partir de la
waria, es decir, de la ciudad winka. El espacio urbano –sus personajes, jergas,
demandas, conflictos y contradicciones –forma parte indisoluble de sus obras.
Más aún: muchos poetas mapuche
han tenido que emigrar a otros países, como Miguel Utreras Imilmaqui (quien
reside en Noruega), y desde esa enorme distancia han debido restablecer sus
lazos con su tierra de origen.
Ciertamente, en los tiempos que corren la
escritura lírica mapuche no sólo se vincula a los cantos y relatos antiguos, no
sólo al tuwun o territorio de nacimiento, sino que también a las tendencias y
procesos poéticos actuales de Chile y otras naciones. En este sentido, muchos
de nuestros poetas, si bien se alimentan de la cultura mapuche tradicional,
igualmente dialogan con las obras clásicas y modernas de autores nacionales e
internacionales. Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Gabriela Mistral, Winét de
Rokha, Nicanor Parra, Jorge Teillier, Pablo de Rokha, César Vallejo, Jorge Luis
Borges, Gonzalo Rojas, Ezra Pound, Thomas Stearn Elliot, Emily Dickinson, Allen
Ginsberg, Federico García Lorca, Ernesto Cardenal, Constantino Kavafis, Odiseo
Elitis e incluso autores y autoras árabes, africanos, japoneses o de la China clásica, firman parte
del amplio repertorio de poetas universales que han influido en los trabajos
literarios de nuestros escritores.
Y no podría ser de otro modo, si consideramos
que la sociedad mapuche se basa en la palabra dialogante, en el parlamento, en
la conversación abierta y plural con otras realidades y expresiones materiales
y espirituales del mundo. Nuestra cultura conserva desde hace centurias ciertos
elementos -rituales, comidas, creencias, relatos, canciones-, pero también ha
ido incorporando de manera progresiva otros de origen occidental –escritura,
tecnologías, conocimientos, idiomas, etc.-. Como toda sociedad, la mapuche ha
vivido y vive procesos de transformación
y sus producciones artísticas actuales son prueba de que algunas de
tales transformaciones la han fortalecido. La poesía escrita es uno de esos
cambios reveladores, constituyéndose hoy en la más reconocida e influyente
manifestación cultural de nuestro pueblo. Al respecto, Grínor Rojo –ensayista y
académico de la
Universidad de Chile-, escribió hace algunos años lo
siguiente:
“No sería raro que
la poesía mapuche constituyese, en efecto, el sector más rico en el campo de la
poesía chilena reciente. Digo esto porque hay en ella espacio, mundo, experiencia,
memoria y conflicto, y por cierto hay también estilo y lenguaje.” (Grínor Rojo, El Mercurio,
domingo 19 de agosto de 2007).
Luego de siglos de espera,
podemos decir hoy que la palabra profunda mapuche es la flor que nace de la
visión poética, de los trabajos visionarios y cotidianos de la poesía en los
campos y ciudades que habitamos. La poesía, así lo creemos, es la semilla
sembrada por los espíritus de nuestros antepasados, por las vidas y las muertes
de hombres y mujeres que nombraron árboles, montañas y ríos allá lejos, en un
tiempo sagrado y difuso que revive en los mitos y en los cantos que todavía
suelen narrar y entonar nuestros abuelos. La poesía es esa semilla que germina
en nosotros cuando contemplamos el lucero del amanecer, pero también cuando nos
adentramos en la noche oscura de nuestras almas. La poesía es, así lo intuimos,
el secreto germen del que nacen los lenguajes con el que nos hablan los bosques
y las nubes, los pájaros y las caudalosas aguas de la memoria.
Sea entonces este libro una flor
–en mapuzugun y castellano- para el jardín de nuestros días. ¿Y para qué una
flor de palabras en estos tiempos vertiginosos? Para que nos hable, para que al
fin nos diga, susurrando bajo el cielo limpio, que sólo la palabra fraterna y
común nos hace libres, dignos hijos de esta tierra que gira y viaja entre las
sombras y la luz.