martes, 7 de mayo de 2013

LA MAPUCHIDAD SEGÚN ELICURA CHIGUAILAF



La mapuchidad según Elicura Chihuailaf
25 ABRIL, 2013

Poeta, profesor y autodenominado oralitor mapuche, Elicura Chihuailaf (60), ha planteado la reivindicación de los derechos ancestrales de su pueblo desde sus primeras obras en los años 80. Hoy, consagrado como un referente literario –sus libros han sido traducidos a diez idiomas y fue nominado al último Premio Nacional de Literatura–, hace una lectura sobre el histórico desencuentro entre chilenidad y mapuchidad.
Por Fernando Villagrán / Fotografía: Héctor González de Cunco
Paula 1120. Sábado 27 de abril 2013.
Dentro de la cultura mapuche, el azul es un color sagrado que tiene que ver con el origen de la vida. Y esa palabra, azul, está en todos los títulos de los libros de Elicura Chihuailaf, poeta y oralitor, como se dice a sí mismo, escritor en residencia en la Universidad de la Frontera de Temuco e integrante de la Academia Chilena de la Lengua. A orillas de un sueño azul; De sueños azules y contrasueños; Tierra azul; Relato de mi sueño azul, están entre sus libros fundamentales, y próximamente la Universidad de Talca publicará Ruegos y Nubes en el azul.
Su poesía, –que ha sido considerada como una plataforma de resistencia cultural y de afirmación de la identidad mapuche– ha sido incluida en numerosos textos escolares y traducida y publicada en italiano, francés, inglés y neozelandés y hasta en chino mandarín. Ha ganado diversos premios tanto en Chile como en el extranjero y el año pasado fue postulado al Premio Nacional de Literatura por la Universidad de la Frontera.
Elicura, padre de seis hijos, vive en la comunidad mapuche Kechurewe, en la misma casa azul que sus padres construyeron hace setenta años. Comparte la vivienda con su mujer, Camila, su hermana Rayén, y su madre de 96 años, Laura Nahuelpán. Allí, a 700 kilómetros de Santiago y a 70 de Temuco, está empeñado –murrera y hacha en mano– en el desmalezamiento y limpieza del amplio entorno de la casa familiar, así como en cortar leña para la calefacción en el invierno que se viene. También prepara los detalles del diseño de su próximo libro, Ruegos y nubes en el azul, ilustrado por Tatiana Álamos, y las giras programadas por algunas ciudades de Chile y también por Brasil, Italia y Grecia.
Tus abuelos hablaron solo el mapudungún y son una presencia muy fuerte en tu memoria. ¿Qué pasó con tus padres y la relación con los chilenos?
Mi abuela se llamaba Rosinda y mi abuelo Juan era lonko de la comunidad de Kechurewe. Con ellos pasamos mucho tiempo cuando niños, porque mis padres trabajaban como profesores en una pequeña escuela de la comunidad, entonces los días junto al fogón escuchando los relatos de la abuela Rosinda sobre el origen de las cosas, la familia, la tierra y la naturaleza, quedaron en mí para siempre. La historia de mis padres fue distinta, porque ellos debieron emigrar jóvenes de sus comunidades. Mi padre había salido hacia la ciudad, condicionado por aquella realidad heredada de la ocupación de tierras por parte del Ejército chileno, que se traducía en reducciones para familias que crecían y tierras que no estiraban. Mi madre, hija de un lonko de la zona de Villarrica, hizo el mismo camino y jóvenes se encontraron para vivir el amor. Ellos sufrieron en carne propia la discriminación intensa de esos años en que debieron aprender el castellano, cuando el castigo por ser sorprendidos hablando el mapudungún era mantenerse arrodillados sobre un cajón con arena o trigo en un rincón de la sala.
Pero tu padre se transformó en un líder reconocido en la zona.
Fue profesor normalista, gran orador en castellano y mapudungún y llegó a ser elegido regidor (actual concejal) con la primera mayoría en la comuna de Cunco, por el Partido Radical, ejerciendo el cargo durante veinte años. Creó el primer liceo de la comuna y, entre otros oficios, trabajó algún tiempo como juez de policía local, superintendente de Bomberos y dirigente gremial del magisterio.
Ese liderazgo de tu padre debe haber sido una ayuda para tu educación.
Yo partí, igual que mis hermanos –Arauco, América y Rayén– estudiando la primaria en la escuelita de la comunidad que crearon mis padres y tíos. Luego, cuando mi padre se trasladó a Cunco, fui a la escuela de esa comuna y de allí partí a estudiar la secundaria como interno al Liceo de Hombres, ahora llamado Pablo Neruda. Claro que fui un privilegiado porque en Cunco mi padre era un líder respetado y luego en el liceo la mayoría de los internos éramos de origen campesino y de pequeños pueblos, lo que ayudaba a la convivencia de un mapuche buen alumno con esos chilenos.
La abuela de Elicura se llamaba Rosinda y el abuelo Juan, era lonko de la comunidad de Kechurewe, donde vive el poeta. Con ellos pasó mucho tiempo cuando era niño porque sus padres trabajaban como profesores en la pequeña escuela de la comunidad. Pasaba los días junto al fogón escuchando los relatos de la abuela sobre el origen de las cosas.
¿Y qué pasaba con el mapudungún?
Bueno, no se podía hablar, porque prácticamente todos mis compañeros eran chilenos. Solo podía hablarlo en tiempo de vacaciones y así se va entorpeciendo el uso, como ocurre con cualquier idioma que dejas de practicar. Después, en la universidad, con otros compañeros mapuches en Concepción, tuve que hacer el esfuerzo para recuperar la lengua que empezaba a perder, como les sucede a tantos que emigran a la ciudad.
¿Cuánto te marcó tu experiencia universitaria en Concepción?
Ingresé a estudiar Biología el año 1971 y con el golpe de Estado todo se interrumpió. Viví poco antes de septiembre de 1973 una experiencia traumática, cuando con grupos de compañeros manifestamos nuestra solidaridad con marineros antigolpistas que habían sido detenidos y torturados en Talcahuano. Hubo un allanamiento de militares que nos hicieron una encerrona para golpearnos brutalmente, hubo heridos, yo recibí culatazos de fusil que me dañaron el pulmón izquierdo y tuve que viajar a casa de mi familia al sur para poder recuperarme. Muy luego vino el golpe militar, que significó la detención de mi padre en Cunco, después lo llevaron al regimiento de Temuco y luego a la cárcel. Mi hermano y mis primos también sufrieron la represión.
¿Cómo viviste ese trastorno en tu vida familiar y los estudios?
Con el paso del tiempo volví a rendir la Prueba de Aptitud Académica y reingresé a la Universidad de Concepción. Con muchos baches logré terminar la carrera de Obstetricia, que nunca ejercí, y en el año 1981 viajé a Temuco para dedicarme a tareas agrícolas.
¿Y la poesía cuándo apareció en tu vida?
De alguna manera estuvo siempre esa vocación por los relatos escuchados a orillas del fogón. En la comunidad vivíamos al lado de un bosque grande y muy diverso, lleno de pájaros, sonidos y texturas. Teníamos el dormitorio muy pegado al techo, sentíamos la lluvia y, cuando llegaba la nieve, nuestra madre se ocupaba de tener piedras calientes para abrigarnos las manos. Salíamos todos a jugar en medio de un paisaje que era poesía pura. En el liceo sentía nostalgia por todo eso y venía la necesidad de conversarlo con alguien. No podía compartirlo con mis compañeros de internado en mi lengua, entonces no tenía otra opción que escribir esas conversaciones conmigo mismo en hojas de cuaderno. Nunca pensé en un libro, porque también los libros eran algo ajeno, ellos no hablaban del universo mapuche.
¿Y qué pasó con esa escritura en la universidad?
Yo seguía escribiendo textos en hojas sueltas y unos compañeros con los que compartía habitación encontraron un día algunos poemas que quedaron encima de mi cama al doblar la frazada, los leyeron y, curiosos, indagaron quién era el autor. Pensé que podrían ser motivo de alguna burla pero, ante mi sorpresa, los encontraron buenos. Me preguntaron si había más y, entonces, fruto de aquello resultó mi primera publicación, en el año 1977, con una pequeña tirada a mimeógrafo: El invierno y su imagen.
¿Por qué te defines como un oralitor?
Es un concepto que empecé a emplear en los años noventa en un encuentro en México cuando se nos pedía una definición de cómo abordábamos el trabajo de la escritura. Yo venía del mundo de la oralidad desde niño. Cuando escribo es porque siento la necesidad, no como una disciplina diaria. Yo no indago más que en mi memoria y en mi emoción. Ya no estaba en la oralidad ni había accedido a la literatura sino que habitaba un espacio no nombrado que se podía llamar oralitura.
¿Qué significó que estuvieras nominado como candidato al último Premio Nacional de Literatura por varias universidades chilenas y que ello se pueda repetir en un futuro cercano? 
Para mí fue la posibilidad de percibir que existían personas adelantadas que, más allá del discurso, reconocían la existencia de una diversidad en la que estaba yo, como un mapuche que ha estado en el quehacer escritural y conversacional desde los años ochenta. Quienes me propusieron al premio, entre una larga lista de personas que lo merecerían, abrieron una puerta para un oralitor mapuche y una posibilidad que nos haría parte, desde lo mejor del ser humano, la palabra, como habitantes visibles en este territorio. Me llegó como un cambio significativo desde la sociedad chilena, multiplicando lo que me venía ocurriendo con tantas invitaciones a recorrer el país para conversar, principalmente con los estudiantes.
Si hipotéticamente se te concediera el Premio Nacional, ¿implicaría ello algún cambio en el marco de la difícil relación entre las comunidades mapuches y los chilenos?
Chile es un país muy importante en el plano de la palabra, no es menor tener dos premios Nobel. En ese contexto, asumiendo mi pertenencia a un pueblo, y habiendo estado presente en sus luchas de este tiempo, podría significar alguna inflexión, porque podría ser un puente para el diálogo ya que creo que el poder también acusa un impacto desde la palabra poética.
ZONA DE CONFLICTO
Los hechos de violencia persisten en la región que habitas. A los crímenes de los jóvenes comuneros Matías Catrileo y Juan Mendoza Collío, se agregó el que afectó a la familia Luchsinger durante el verano. ¿Cuál es tu lectura sobre este último suceso?
Me parece lamentable e injustificable. Creo que los autores de tan horrible crimen no son mapuches y que el tan demorado resultado de dicha investigación así lo demostrará.
En el marco de anuncios de diálogo por parte del gobierno y de una campaña presidencial que ya comienza, ¿cuáles son las expectativas que tienen las comunidades ?
El efecto del anunciado diálogo es absolutamente mínimo y, respecto de las campañas electorales, no tengo ninguna expectativa. Me parece que con el actual modo de hacer política en Chile los únicos que se hacen cada día más expectativas son los grandes empresarios: los lucrosarios.
Hace 15 años escribiste Recado confidencial a los chilenos enfatizando la incapacidad de los chilenos de asumir su propia identidad y dialogar aceptando que existe una cosmovisión diferente, como la mapuche. ¿Le agregarías algo a ese recado? 
Encuentro lamentable que siga tan vigente. Es incomprensible que los avances sean tan mínimos y que haya recrudecido ese clima de confrontación que, cuando escribí ese recado a los chilenos, se producía en Alto Biobío producto de las represas. Luego en Lonquimay, con el intento de usurpación de territorios donde están los milenarios pehuén, o en Temulemu, zona que lideró el lonko Pascual Pichún, recientemente fallecido, con quien conversé mucho cuando allí operaba una represión policial que se asemejaba a un Estado de sitio. En este último tiempo lo mismo se ha continuado extendiendo a Temucuicui y otras zonas. El Estado chileno ha continuado optando por favorecer a las grandes forestales y sus proyectos en nuestras zonas. Aquí mismo en Kechurewe vemos aparecer los efectos de la depredación: en el verano estuvimos varios días sin agua, producto de ello.
¿Qué tendría que pasar para que se produjera un entendimiento?
A fin de cuentas nada cambiará mientras se mantenga esa postura, que viene de tiempos de la celebración del centenario, cuando se afirmó que este era un país de blancos. Chile sigue marcado por la incapacidad de asumir una propia identidad que valore su hermosa morenidad y se sigue mirando en un espejo obnubilado. Los chilenos nos mantienen en la invisibilidad y así, mientras no exista un intento serio por aceptar la diversidad cultural y una cosmovisión que no se puede asimilar o integrar a la fuerza al molde occidental dominante, el diálogo efectivo seguirá siendo una ilusión.
LA CHILENIDAD QUE ME HABITA
¿Qué consecuencias tiene en tu identificación personal y como poeta la situación que describes?
Yo nací mapuche en la comunidad de Kechurewe, donde crecí y hoy vivo. Sigo amando esta pertenencia, pero asumo también que cuando invadieron nuestro país el Estado nos regaló la nacionalidad chilena y me ha tocado vivir esa chilenidad con cercanía y también con privilegios. Entonces personalmente amo esa chilenidad que me habita como mapuche. Así como amo lo que he conocido de la diversa cultura indígena mexicana; o la de Francia, cuando pienso en Bretaña; o la de Suecia, con el pueblo sami. Porque nos une lo fundamental que estamos haciendo en este momento: cultivar la palabra para llegar a tocar aquello insondable y misterioso que es el espíritu de quien conversamos. Y eso, yo lo hago desde la visión de mundo que me tocó.
¿Te sitúas hablando desde un país diferente a Chile?
Sí, lo hago desde las cuatro ramas fundamentales del árbol de la identidad: la memoria de un territorio histórico, un idioma, una historia y una visión de mundo. Por eso me parece urgente que la sociedad chilena asuma también su chilenidad para que comprenda el valor de nuestra mapuchidad. No pienso que la cultura mapuche sea la mejor, pero sí en el derecho de nuestros hijos para que siga existiendo, con los cambios propios de toda cultura. Siento que hablamos desde un país invisible, pero que existe y sigue pensando que el mundo es un jardín. Si bien nuestro color predilecto es el azul, nuestra gente se pregunta qué sería de un jardín con flores de ese solo color. Necesitamos cuidar todos los colores y su diversidad para la maravilla del jardín. Si alguna de ellas se pierde o se marchita, perdemos todos.
El azul está omnipresente en tus libros. ¿Cuál es el sentido más profundo de esa presencia?
Es la columna vertebral de mi escritura y está asociada a los relatos que escuchaba de mis mayores. Recuerdo uno que contaba mi abuela, sobre el azul: decía que el ser humano es un espíritu y también cuerpo representado por el _corazón, que vuelve a la tierra. El primer espíritu mapuche proviene del azul del oriente, donde se levanta el sol. Esa es la energía que nos habita. Nuestros antepasados dicen que tenemos un derrotero de estrellas porque somos habitados por ese azul que es parte del infinito y que cada uno de nosotros tiene que aprender a conocer. Cuando el espíritu abandona el cuerpo, retorna al azul en el círculo de la vida.
“No pienso que la cultura mapuche sea la mejor, pero sí en el derecho de nuestros hijos para que siga existiendo. Siento que hablamos desde un país invisible, pero que existe y sigue pensando que el mundo es un jardín. Si bien nuestro color predilecto es el azul, nuestra gente se pregunta qué sería de un jardín con flores de ese solo color”.

TVFACHI MAPU MEW MOGELEY WAGLEN
Tvfachi mapu mew mogeley waglen
Tvfachi Kallfv Wenu mew vlkantukey ta ko pu rakizwam
Zoy fvtra kamapu ta ñi mvlen ta tromv
tripalu ko mew ka pvlli mew
pewmakeiñmu tayiñ pu Fvchakecheyem
Apon Kvyen fey ta ñi Pvllv –pigekey
Ñi negvmkvlechi piwke fewla Ñvkvfvy.
EN ESTE SUELO HABITAN LAS ESTRELLAS 
En este suelo habitan las estrellas
En este cielo canta el agua de la imaginación
Más allá de las nubes que surgen
de estas aguas y estos suelos
nos sueñan los Antepasados
Su Espíritu –dicen- es la Luna Llena
El Silencio: su corazón que late.
POETA EN DOS LENGUAS
Elicura: Piedra transparente.
Chihuailaf: Neblina extendida sobre un lago.
Nahuelpán: Tigre puma.
Kechurewe: Lugar cinco veces puro. (Chihuailaf aclara que la palabra puro para el mapuche significa: donde confluyen y dialogan todas las energías que componen el universo).




miércoles, 1 de mayo de 2013

POR LEÑA



Imagen: Filkun (lagartija)
Fotografía: Erwin Quintupill. Saltapura, sin fecha.

Este poema en prosa es parte de un proyecto no terminado: un libro para niños. Llevo años escribiéndolos y está casi terminado.

Por leña[1]

(Erwin Quintupill - Saltapura)

Teníamos un tronco viejo, grande, enorme. Día a día íbamos a él, a quitarle astillas para el fogón. Invadíamos el hogar de las arañas, pero debíamos seguir.

Desde lo alto la lluvia caía interminable. Las arañas salían de sus grietas y buscaban presurosas otro refugio en que dormir.

Hubo un día en que el filo del hacha abrió de pronto una rendija. Fue como un relámpago golpeando la madera. Vi agitarse un cuerpo oscuro y alargado. Así, tan rápido como me vino la imagen de un ciempiés, recordé que habitan bajo el suelo.

Era una vieja amiga de la infancia emergiendo – de entre la rígida blancura de la leña – su opaco y blando cuerpo de lagartija adormecida.

No era la flecha vestida de azul, verde y amarillo de los veranos, la eterna enamorada del sol. Era, lentamente, como extraviada, bajando para perderse en lo bajo del tronco en que la hallé.

Más tarde llegaron el temporal y la noche para quedarse hasta el amanecer. Y me quedé pensando, mirando la nada oscura que rodeaba la casa.

El tronco había quedado allí, y en los días siguientes no volví, no volví. Todo se detuvo, hasta unos días después en que no estaba.

Me fui a caminar por entre las sombras de los árboles. Me fui a caminar bajo la oscuridad nublada de la noche y hasta muy tarde no pude allegarme hasta la rueda del fogón.

Esa noche, junto con ser fría, llegó a ser la más extensa, la más solitaria y silenciosa de ese invierno.


[1] Publicado en “La palabra es la flor. Poesía Mapuche para niños”. (Programa de Educación Intercultural Bilingüe, MINEDUC, 2011).