Abro la sección KA MOJFVÑCE para mostrar poesía realizada
por hermanos/as de otros pueblos.
Hará unos cinco años atrás, Jaime Huenún organizó un
encuentro latinoamericano de poetas en Santiago. De allí surgió un libro (Los
cantos ocultos. Lom Ediciones, 2008). No conozco otra antología, al menos en
Chile, que reúna poesía de pueblos originarios, en este caso de Latinoamérica.
Este texto ha tenido poca divulgación y por mi parte recién pude comprarlo en
el verano pasado, cuando lo hallé en una feria ubicada en los patios de la
USACH, al momento de realizarse allí un Congreso de ciencia y cultura.
Los antologados son: Lorenzo Aillapan (mapuche chileno),
Liliana Ancalao (mapuche argentina), David Aniñir (mapuche chileno), José Luis
Ayala (aymara peruano), César Cabello (mapuche chileno), Rosa Chávez (maya
guatemalteca), Víctor Cifuentes (mapuche chileno), Marcial Colin (mapuche
chileno), Bernardo Colipan (mapuche chileno), Briceida Cuevas Cob (maya
mexicana), Susy Delgado (guaraní paraguaya), Martha Leonor González (chontal
nicaragüense), Odi González (quechua peruano), Jaime Huenún (mapuche chileno),
Graciela Huinao (mapuche chilena), Paulo Huirimilla (mapuche chileno), Pedro
Humire (aymara chileno), Ariruma Kowíi (quichua ecuatoriano), María Isabel Lara
Millapan (mapuche chilena), Carlos Levi (mapuche chileno), Leonel Lienlaf
(mapuche chileno), Ricardo Loncón (mapuche chileno), Miguel Ángel
López-Hernández (wayuu colombiano), Macario Matus (zapoteca mexicano), César
Millahueique (mapuche chileno), Roxana Miranda Rupailaf (mapuche chilena),
Maribel Mora Curriao (mapuche chilena), Dourvalino Moura Fernández (desana
brasileño), Mario Nandayapa (maya mexicano), María Teresa Panchillo (mapuche
chilena), Eliana Pulquillanca (mapuche chilena), Erwin Quintupill (mapuche
chileno) y José Teiguel (mapuche chileno).
…
Comparto la introducción a esta antología.
“Los pueblos o naciones indígenas de América Latina, que se
creían asimilados o simplemente desarticulados por los procesos de colonización
de los estados nacionales, están dando hoy una dura y estoica batalla por
sobrevivir tanto en términos territoriales y políticos como culturales y
artísticos.
Ante esta circunstancia, que toma en demasiadas ocasiones
visos de tragedia, un número significativo de sus miembros se ha entregado a
los afanes de una doble tarea: actualizar y a la vez crear una literatura que
se arraiga en el canto, la memoria histórica, mítica y familiar y en los
entornos geográficos en los que estas sociedades han vivido hace siglos.
La mayoría de los más de 600 pueblos aborígenes de América
Latina, que concentran a cuarenta millones de personas, se mantuvieron hasta
las primeras décadas del Siglo XX como culturas ágrafas, por lo que sus
expresiones literarias -o sus construcciones verbales estéticas- se transmitían de generación en generación de
manera oral.
Las imposiciones educacionales, económicas y geopolíticas
obligaron a gran parte de estos pueblos a aprender el español y a olvidar o
relegar a situaciones y eventos muy íntimos y cerrados sus idiomas maternos. En
este contexto, sólo algunas obras de la tradición indígena traducidas al
español han logrado traspasar las estrictas y discriminadoras barreras
impuestas por la ciudad letrada. Me refiero a obras comno el Popol Vuh, Dioses y hombres del Huarochirí -libro considerado como la Biblia
quechua- o el imponente canto sagrado guaraní llamado Ayvu Rapyta.
Esas obras, más algunas otras, han conseguido interesar
fundamentalmente a especialistas -antropólogos, lingüistas, etnólogos,
escritores- los que, como una manera de registrar y difundir sus
investigaciones y sus descubrimientos, entregaron a la imprenta versiones de
cantos, relatos testimonios y poemas orales aportados por informantes
indígenas. Demás está decir que tales libros tiene aún una escasísima
circulación en nuestros países debido principalmente a las retrógradas
limitaciones de nuestros sistemas culturales y educacionales que optaron por
folclorizar, omitir o derechamente negar el legado artístico de los pueblos
originarios.
A pesar de ello y contra todo pronóstico, la poesía y la
literatura indígenas latinoamericanas viven hoy un período de renacimiento y
de creciente y a lavez conflictiva
consolidación. Autores y autoras como Humberto Ak’abal y Rosa Chávez de
Guatemal; Briceida Cuevas Cob, Macario Matus, Irma Pineda y Juan Gregorio
Regino de México; Odi González, Dida Aguirre García y José Luis Ayala de Perú;
Miguel Ángel López Hernández (Vito Apshana), Freddy Chicangana y Hugo Jamioy de
Colombia; Leonel Lienlaf, Lorenzo Aillapan, María Isabel Lara Millapán y
Bernardo Colipán de Chile; Elvira Espejo y Juan de Dios Yapita de Bolivia y
Ariruma Kowii de Ecuador entre muchos otros y otras, está construyendo una
estética literaria afincada en las tradiciones líricas ancestrales de sus pueblos
y a la vez renovando, mediante la escritura de poesía fundamentalmente, el uso
de los idiomas originarios que hasta muy poco se creían condenados a una
implacable e inevitable extinción.
Se trata de poetas que en su mayoría recogen parte
importante de una memoria histórica, mítica y genealógica que generalmente ha
permanecido marginada de los espacios públicos y oficiales, una memoria que en
muchos casos es adaptada a los formatos y estilos de la poesía híbrida y
mestiza latinoamericana. Hablamos, claro está, de una eclosión poética que ya
no se puede calificar de exótica o livianamente ecológica y nativista. Las y
los poetas indígenas y mestizos tensionan el canto ancestral, recreando tanto
los elementos de su cultura originaria como sus experiencias vividas en la
descascarada y difusa occidentalizad de nuestras contradictorias urbes
contemporáneas.
Existen hoy tantas poéticas indígenas como pueblos indígenas
sobreviven y cada autor, por su parte, hace suyos los rasgos de su cultura
madre modificándolos y conservándolos al mismo tiempo, cosa que como sabemos
ocurre en la literatura de cualquier sociedad. Tenemos poetas originarios que
cantan a un desatado o contenido erotismo, otros que escriben desde una
posición tribunicia, social y política, como asimismo otros más esencialistas y
tradicionalistas en sus temas y lenguajes. También existen poetas situados en
las contradicciones, tensiones y complejidades contemporáneas. Están, al mismo
tiempo, surgiendo con fuerza poetas mujeres que problematizan o exaltan desde
el ser indígena su condición de género. La diversidad es significativa en las
escrituras de estos autores, aunque desde ciertos círculos tal producción
literaria se vea como homogénea, pareja, sin aristas ni variaciones.
Tala vez la característica más relevante de esta poesía sea
su vocación inclaudicable para construir una escritura que permanece
voluntariamente suspendida y tensionada entre lo arcaico y lo moderno,
resistiéndose a constituirse sólo en significante, ya que su característica principal
es establecer, actualizar y potenciar permanentes conexiones vivenciales con la
memoria familiar y comunitaria y con los discursos orales tradicionales.
La antigua poesía quechua, los poemas-cantos nahuas,
guaraníes, mapuches o aimaras se unían a la música, a la danza, a la
representación dramática y a rito religioso. Esos cantos están ocultos,
velados, difuminados, tarjados quizás por nuestra engañosa modernidad o post
modernidad, pero no perdidos. La poesía escrita se nutre, como ya hemos dicho,
de esas melodías y cánticos primordiales, analógicos y muchas veces sacros.
Esto se manifiesta incluso en algunos autores canonizados por el sistema
literario en lengua española. Por debajo de la sintaxis quebrada de César
Vallejo, por ejemplo, habita la honda letanía Chimú de sus abuelos. En la
recitación de los alejandrinos enjoyados de Rubén Darío se deja oír el coro
chorotega y la sinfonía vegetal de las comunidades mayas. Y en los poemas y
prosa de Lucila Godoy se vislumbra el habla cotidiana y ritual de los clanes
diaguitas transitando por los ríspidos cerros de Monte Grande.
Necesario es señalar, además, que nuestros países
latinoamericanos no se conocen entre sí; más bien se desconocen y se muerden,
se rechazan, se ningunean, a pesar de ciertos discursos que enfatizan en una
fraternidad latinoamericanista fraudulenta e interesada. Lo cierto es que poco
y nada sabemos de las culturas, las tragedias y las alegrías de Bolivia, Perú,
Colombia, Brasil o Venezuela; poco y nada sabemos de sus poetas, sus músicos o
sus científicos y mucho menos de las manifestaciones artísticas de sus pueblos
originarios.
Por ello, el propósito de reunir en este volumen a un número
significativo de poetas indígenas es simplemente generar espacios para
visibilizar parte de sus obras todavía desconocidas en nuestro medio y
propiciar conexiones y vínculos con pueblos que aún mantienen modos de vida
diferenciados respecto de los que priman en las sociedades dominantes de
Latinoamérica, modos de vida, hay que decirlo, cotidianamente asediados por el
neoliberalismo económico y el colonialismo cultural.
A pesar de ello, los cantos y poemas de los pueblos
originarios siguen fluyendo; existen, se profieren y se escuchan lejos de los
medios de comunicación masivos y de la industria editorial, aunque justo es
reconocer que poco a poco, a través de autoediciones y publicaciones en sellos
independientes y en algunos sitios de Internet esta poesía abre y consolida,
cada vez con mayor regularidad y alcance, canales de difusión perdurables.
Este libro -producto del Encuentro Latinoamericano de Poetas
Indígenas, realizado en Chile durante el mes de octubre del año 2007- quiere
ahondar en esa huella ofreciéndose a los lectores como un documento inicial
para el conocimiento y disfrute de una parte de la poesía originaria actual.
Por lo mismo, no se pretende erigir en una antología rigurosa, académica y
canónica, sino sólo como una muestra poética nacida a contracorriente de la
poderosa vorágine globalizadora que nos embarga y nos obnubila, pero que según
el poeta peruano Odi González, “no ha podido aún barrer con nuestros idiomas,
nuestras costumbres y nuestra oralidad”.
Jaime Luis Huenún Villa