miércoles, 31 de octubre de 2012

ME SUBO A LA MESA TOMO MAMADERA MI MAMÁ ME PEGA YO LE PEGO A ELLA


                                     
                    El mundo en el que nacemos, todos cada uno de nosotros, es nuestro mundo.
                                                                                                 J.M. Coetzee. Diario de un mal año.

Tuviste que salir de lo conocido, de esa comunidad donde todos eran una familia. No había espacio, no había tierra, no te quedó otra alternativa. Llegaste a una ciudad gigante, con edificios y autos carísimos, muy diferente a lo que estabas acostumbrada. Tuviste que aprender a hablar bien el castellano, porque se burlaban de ti y pensaste que mientras más leías mejor era tu pronunciación. Y leíste y leíste y así te aprendiste la biblia de memoria y tu pronunciación es muy buena; aunque a veces se te atraviesa el artículo y dices “el niña salió”, pero ocurre muy de vez en cuando; o también, a veces, tratas de tú a la gente, a los patrones, porque en tu idioma, ese que aprendiste desde niña, el usted no existe, todos son tú. Y así se deslizó tu vida, pasó el tiempo sin darte tregua y fuiste una empleada doméstica que los domingos sale a tomarse un helado a la plaza y ve como la gente entra a los cines. Extrañando la comunidad, el locus amoenus que conociste y que tuviste que abandonar. La trizadura de tu corazón es tan grande que mejor ni verla, mejor planchar y lavar y cocinar. Pero sabes que algún día volverás, aunque sea después de esta vida.
También tuviste que salir. La tierra tampoco alcanzó para ti y no te quedó otra alternativa que viajar a la urbe. De primera te encandilaron las luces, la novedad fue un estímulo, un bálsamo. Luego tuviste que trabajar y sin escolaridad (sin esa escolaridad que ellos dicen que es obligatoria y gratuita) no encontraste donde. Un día un peñi amigo te consiguió trabajo en una panadería y en eso estás, hasta que jubiles. Te casaste con una mujer chilena (tú sabe que las mujeres siempre son menos racistas que los hombres, vaya uno a saber por qué). Tuviste hijos a los cuales les relatas historias de la tierra, la siembra y las ceremonias. Un rictus de abulia se dibuja en tus hijos mientras se echan en el pelo todo el gel que encontraron en el supermercado. Tú también soñabas con volver, con tu familia sí, solo nunca. Pero tu familia no sabe lo que es despertarse temprano para alimentar unos animales. Tu familia sabe lo que es levantarse temprano para ir colgando en una micro a trabajar, o para estudiar una carrera que les permita vivir con un sueldo de hambre. Y así te fuiste relegando y sólo te importaron tus hijos. Y la vida nos fue escamoteando mientras los años se nos caían encima cuando de noche una copita de vino nos consolaba el destierro, la orfandad. Y quisimos volver pero ya era tarde. El locus amoenus se fue extinguiendo como una llama sin oxígeno.

De: Ayenao, Pablo. Flúor Definitivo.

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