(Erwin Quintupill – Saltapura)
Invierno del 94,
al sur del planeta.
Te saludo, aunque tal vez ya no estés, aunque tal vez ya no
te encuentres al otro lado del océano, del mar.
Recién vengo a saber que la misma luna nos estuvo
alumbrando, el mismo sol nos apareció cada mañana. Ahora que ya es invierno.
Ahora vengo a saber de tu existencia, cuando estoy leyendo que te has muerto.
Yo entiendo, pues, no sé por dónde pueda seguir el arco iris
destilando el ácido que llueve sobre el centro de cada minuto. Las ilusiones
fallan, desaparecen, cuando todos los relojes marcan una hora diferente, cuando
la lluvia no deja de caer o de subir, cuando encuentras un ave moribunda en la
puerta de tu casa o cuando nada se detiene.
Por dónde se ha de ir, si todos los ojos se ocultan, si sólo
quedo yo en busca de una gota de rocío, si la sangre corre lenta por las venas
(por las arterias, también), si no puedo recordar el día en que me fui, si las
piletas de todas las plazas están secas.
Por eso, a veces se pierden los colores del arco iris y sólo
queda la noche.
Cuando puedas, ven a verme. Aparécete en alguno de los ríos
del sur, flotando hacia las nieves. Sé la sombra de los cóndores que bajan de
la cordillera, el imperceptible movimiento de los espíritus. Yo te reconoceré.
Estaré esperándote: convida a los demás. Se nos atardecerá danzando.
Es una promesa.
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