miércoles, 27 de marzo de 2013

KA MOJFVÑCE


Abro la sección KA MOJFVÑCE para mostrar poesía realizada por hermanos/as de otros pueblos.

Hará unos cinco años atrás, Jaime Huenún organizó un encuentro latinoamericano de poetas en Santiago. De allí surgió un libro (Los cantos ocultos. Lom Ediciones, 2008). No conozco otra antología, al menos en Chile, que reúna poesía de pueblos originarios, en este caso de Latinoamérica. Este texto ha tenido poca divulgación y por mi parte recién pude comprarlo en el verano pasado, cuando lo hallé en una feria ubicada en los patios de la USACH, al momento de realizarse allí un Congreso de ciencia y cultura.

Los antologados son: Lorenzo Aillapan (mapuche chileno), Liliana Ancalao (mapuche argentina), David Aniñir (mapuche chileno), José Luis Ayala (aymara peruano), César Cabello (mapuche chileno), Rosa Chávez (maya guatemalteca), Víctor Cifuentes (mapuche chileno), Marcial Colin (mapuche chileno), Bernardo Colipan (mapuche chileno), Briceida Cuevas Cob (maya mexicana), Susy Delgado (guaraní paraguaya), Martha Leonor González (chontal nicaragüense), Odi González (quechua peruano), Jaime Huenún (mapuche chileno), Graciela Huinao (mapuche chilena), Paulo Huirimilla (mapuche chileno), Pedro Humire (aymara chileno), Ariruma Kowíi (quichua ecuatoriano), María Isabel Lara Millapan (mapuche chilena), Carlos Levi (mapuche chileno), Leonel Lienlaf (mapuche chileno), Ricardo Loncón (mapuche chileno), Miguel Ángel López-Hernández (wayuu colombiano), Macario Matus (zapoteca mexicano), César Millahueique (mapuche chileno), Roxana Miranda Rupailaf (mapuche chilena), Maribel Mora Curriao (mapuche chilena), Dourvalino Moura Fernández (desana brasileño), Mario Nandayapa (maya mexicano), María Teresa Panchillo (mapuche chilena), Eliana Pulquillanca (mapuche chilena), Erwin Quintupill (mapuche chileno) y José Teiguel (mapuche chileno).


Comparto la introducción a esta antología.

“Los pueblos o naciones indígenas de América Latina, que se creían asimilados o simplemente desarticulados por los procesos de colonización de los estados nacionales, están dando hoy una dura y estoica batalla por sobrevivir tanto en términos territoriales y políticos como culturales y artísticos.

Ante esta circunstancia, que toma en demasiadas ocasiones visos de tragedia, un número significativo de sus miembros se ha entregado a los afanes de una doble tarea: actualizar y a la vez crear una literatura que se arraiga en el canto, la memoria histórica, mítica y familiar y en los entornos geográficos en los que estas sociedades han vivido hace siglos.

La mayoría de los más de 600 pueblos aborígenes de América Latina, que concentran a cuarenta millones de personas, se mantuvieron hasta las primeras décadas del Siglo XX como culturas ágrafas, por lo que sus expresiones literarias -o sus construcciones verbales estéticas-  se transmitían de generación en generación de manera oral.

Las imposiciones educacionales, económicas y geopolíticas obligaron a gran parte de estos pueblos a aprender el español y a olvidar o relegar a situaciones y eventos muy íntimos y cerrados sus idiomas maternos. En este contexto, sólo algunas obras de la tradición indígena traducidas al español han logrado traspasar las estrictas y discriminadoras barreras impuestas por la ciudad letrada. Me refiero a obras comno el Popol Vuh, Dioses y hombres del Huarochirí -libro considerado como la Biblia quechua- o el imponente canto sagrado guaraní llamado Ayvu Rapyta.

Esas obras, más algunas otras, han conseguido interesar fundamentalmente a especialistas -antropólogos, lingüistas, etnólogos, escritores- los que, como una manera de registrar y difundir sus investigaciones y sus descubrimientos, entregaron a la imprenta versiones de cantos, relatos testimonios y poemas orales aportados por informantes indígenas. Demás está decir que tales libros tiene aún una escasísima circulación en nuestros países debido principalmente a las retrógradas limitaciones de nuestros sistemas culturales y educacionales que optaron por folclorizar, omitir o derechamente negar el legado artístico de los pueblos originarios.

A pesar de ello y contra todo pronóstico, la poesía y la literatura indígenas latinoamericanas viven hoy un período de renacimiento y de  creciente y a lavez conflictiva consolidación. Autores y autoras como Humberto Ak’abal y Rosa Chávez de Guatemal; Briceida Cuevas Cob, Macario Matus, Irma Pineda y Juan Gregorio Regino de México; Odi González, Dida Aguirre García y José Luis Ayala de Perú; Miguel Ángel López Hernández (Vito Apshana), Freddy Chicangana y Hugo Jamioy de Colombia; Leonel Lienlaf, Lorenzo Aillapan, María Isabel Lara Millapán y Bernardo Colipán de Chile; Elvira Espejo y Juan de Dios Yapita de Bolivia y Ariruma Kowii de Ecuador entre muchos otros y otras, está construyendo una estética literaria afincada en las tradiciones líricas ancestrales de sus pueblos y a la vez renovando, mediante la escritura de poesía fundamentalmente, el uso de los idiomas originarios que hasta muy poco se creían condenados a una implacable e inevitable extinción.

Se trata de poetas que en su mayoría recogen parte importante de una memoria histórica, mítica y genealógica que generalmente ha permanecido marginada de los espacios públicos y oficiales, una memoria que en muchos casos es adaptada a los formatos y estilos de la poesía híbrida y mestiza latinoamericana. Hablamos, claro está, de una eclosión poética que ya no se puede calificar de exótica o livianamente ecológica y nativista. Las y los poetas indígenas y mestizos tensionan el canto ancestral, recreando tanto los elementos de su cultura originaria como sus experiencias vividas en la descascarada y difusa occidentalizad de nuestras contradictorias urbes contemporáneas.

Existen hoy tantas poéticas indígenas como pueblos indígenas sobreviven y cada autor, por su parte, hace suyos los rasgos de su cultura madre modificándolos y conservándolos al mismo tiempo, cosa que como sabemos ocurre en la literatura de cualquier sociedad. Tenemos poetas originarios que cantan a un desatado o contenido erotismo, otros que escriben desde una posición tribunicia, social y política, como asimismo otros más esencialistas y tradicionalistas en sus temas y lenguajes. También existen poetas situados en las contradicciones, tensiones y complejidades contemporáneas. Están, al mismo tiempo, surgiendo con fuerza poetas mujeres que problematizan o exaltan desde el ser indígena su condición de género. La diversidad es significativa en las escrituras de estos autores, aunque desde ciertos círculos tal producción literaria se vea como homogénea, pareja, sin aristas ni variaciones.

Tala vez la característica más relevante de esta poesía sea su vocación inclaudicable para construir una escritura que permanece voluntariamente suspendida y tensionada entre lo arcaico y lo moderno, resistiéndose a constituirse sólo en significante, ya que su característica principal es establecer, actualizar y potenciar permanentes conexiones vivenciales con la memoria familiar y comunitaria y con los discursos orales tradicionales.

La antigua poesía quechua, los poemas-cantos nahuas, guaraníes, mapuches o aimaras se unían a la música, a la danza, a la representación dramática y a rito religioso. Esos cantos están ocultos, velados, difuminados, tarjados quizás por nuestra engañosa modernidad o post modernidad, pero no perdidos. La poesía escrita se nutre, como ya hemos dicho, de esas melodías y cánticos primordiales, analógicos y muchas veces sacros. Esto se manifiesta incluso en algunos autores canonizados por el sistema literario en lengua española. Por debajo de la sintaxis quebrada de César Vallejo, por ejemplo, habita la honda letanía Chimú de sus abuelos. En la recitación de los alejandrinos enjoyados de Rubén Darío se deja oír el coro chorotega y la sinfonía vegetal de las comunidades mayas. Y en los poemas y prosa de Lucila Godoy se vislumbra el habla cotidiana y ritual de los clanes diaguitas transitando por los ríspidos cerros de Monte Grande.

Necesario es señalar, además, que nuestros países latinoamericanos no se conocen entre sí; más bien se desconocen y se muerden, se rechazan, se ningunean, a pesar de ciertos discursos que enfatizan en una fraternidad latinoamericanista fraudulenta e interesada. Lo cierto es que poco y nada sabemos de las culturas, las tragedias y las alegrías de Bolivia, Perú, Colombia, Brasil o Venezuela; poco y nada sabemos de sus poetas, sus músicos o sus científicos y mucho menos de las manifestaciones artísticas de sus pueblos originarios.

Por ello, el propósito de reunir en este volumen a un número significativo de poetas indígenas es simplemente generar espacios para visibilizar parte de sus obras todavía desconocidas en nuestro medio y propiciar conexiones y vínculos con pueblos que aún mantienen modos de vida diferenciados respecto de los que priman en las sociedades dominantes de Latinoamérica, modos de vida, hay que decirlo, cotidianamente asediados por el neoliberalismo económico y el colonialismo cultural.

A pesar de ello, los cantos y poemas de los pueblos originarios siguen fluyendo; existen, se profieren y se escuchan lejos de los medios de comunicación masivos y de la industria editorial, aunque justo es reconocer que poco a poco, a través de autoediciones y publicaciones en sellos independientes y en algunos sitios de Internet esta poesía abre y consolida, cada vez con mayor regularidad y alcance, canales de difusión perdurables.

Este libro -producto del Encuentro Latinoamericano de Poetas Indígenas, realizado en Chile durante el mes de octubre del año 2007- quiere ahondar en esa huella ofreciéndose a los lectores como un documento inicial para el conocimiento y disfrute de una parte de la poesía originaria actual. Por lo mismo, no se pretende erigir en una antología rigurosa, académica y canónica, sino sólo como una muestra poética nacida a contracorriente de la poderosa vorágine globalizadora que nos embarga y nos obnubila, pero que según el poeta peruano Odi González, “no ha podido aún barrer con nuestros idiomas, nuestras costumbres y nuestra oralidad”.

Jaime Luis Huenún Villa

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